Felipe Nayip,
Licenciado en Antropología social, en su artículo “Salud mental y exclusión
social: reflexiones desde una estrategia política de la sanción, hacia la
transformación institucional del enfoque comunitario” nos muestra su pensamiento
critico acerca del tema propuesto.
La implementación de
los antiguos modelos asilares asociados a la salud mental, se constituyeron en
sus inicios, como “espacios de poder” dentro de la sociedad, en los cuales el
espacio cerrado del antiguo “manicomio”, hace referencia a un funcionamiento
moralizador, rectificador, regenerador y de (re)adaptación. Un espacio que
extrae su fundamento en el aislamiento. En el XVII, frente al tema de la salud
mental y la locura, surge un miedo que se formula en términos médicos, pero que
en el fondo está animado por todo un mito moral, es decir que la gente se
aterra frente a un mal bastante misterioso (la locura), que podría esparcirse
como la gripe. Surgiendo de ésta manera la necesidad de control y reclusión. De ésta forma, se inicio la psiquiatría a principios del siglo XIX, no
como una especialización de la teoría medica, sino más bien como una rama
especializada de la higiene pública, es decir como un dominio particular de la
protección social, una protección contra todos los peligros que pudiesen
provenir de la propia sociedad.
Si analizamos los
modelos utilizados por la sociedad para controlar todo lo que esta asociado a
las personas que padecen enfermedades caracterizadas como de salud mental, nos
damos cuenta que a lo largo de la historia, y sobre todo en el pasado, muchos
de estos modelos han sido de represión y violación de los derechos humanos, ya
que las personas que sufren de enfermedades mentales son al igual que el resto
seres humanos. En este proceso la persona sufre debido a la marginalidad
social, puesto que la locura o los
estados mentales “trastornados” son considerados como un peligro a las
representaciones de la sociedad en su conjunto, relativizando las propias
normas de una sociedad, considerándose como un peligro para el establecimiento
del poder y de su consecuente estructura social.
Desde siempre, la
sociedad, en su gran mayoría occidental, se ha referido a las personas con
enfermedades mentales como locas o incapacitadas de vivir una vida plena de
acuerdo a los patrones culturales establecidos en una comunidad, existiendo aún
el término de manicomio, disminuyéndolas a un estado de minusvalía, freno o
presión social, siendo receptoras incluso del mismo estigma que los presos
carcelarios sufren al tratar de reintegrarse a una vida comunitaria. La
discriminación, el trato, las condiciones de vida y las mínimas posibilidades
de desarrollo de una persona con diagnóstico esquizofrénico (por ejemplo),
también es un maltrato y una violación de los derechos de las personas,
violación que la salud mental también vive día a día, y que es ejercida tanto
por las instituciones públicas de salud, como por la sociedad en su conjunto.
Uno de los puntos
que el autor trata al cual titulo, “Si ellos fueran la mayoría nosotros
estaríamos dentro”: la idea de locura en la historia”, nos explica como la
segregación de las personas consideradas desviadas de los patrones culturales
entendidos como normales dentro de una sociedad determinada, son representaciones
construidas histórica y culturalmente, siendo la sociedad las que la crea.
Por otra parte
Foucault (1967) respecto a la exclusión de las personas consideradas con
conductas ajenas a estos moldes acordados como “normales” por la comunidad plantea
lo siguiente:
“… sin el loco, la razón se vería privada de
su realidad, seria monotonía vacía, aburrimiento de sí misma, animal desierto
que presentaría su propia contradicción” (Foucault, 1967).
Es decir, la locura a
parte de ser un peligro en la representación de la sociedad, es una forma de
reafirmar los propios parámetros establecidos en la sociedad, haciendo la
diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo puro e impuro, entre lo
apegado a la norma y lo enajenado de la convivencia social.
ESTIGMA Y EXCLUSIÓN SOCIAL EN LA ENFERMEDAD MENTAL
En primer lugar, es interesante conocer el significado del
término estigma. Para ello, usaremos la definición de Edwin Goffman (1963) quien
propone una doble perspectiva. Por un lado, como un atributo personal negativo
y denigrante, que diferencia a una persona de las otras y las hace de una clase
indeseable o inferior. Por otra parte, considera el estigma como un producto
social, que surge de la interrelación de las personas.
Este mismo autor propone a su vez una tipología de estigma, dividiéndolo en tres
clases, que continúan vigentes en la actualidad. En primer lugar se refiere a
“abominaciones del cuerpo” (malformaciones o deformidades); en segundo lugar lo
que denomina “huellas del carácter” (incluye la enfermedad mental, alcoholismo
y adicciones, homosexualidad, ideologías extremas, etc.) ; por último el
estigma llamado” tribal”, que comprende la discriminación por raza, origen,
nación o religión.
Cabe señalar que el concepto de estigma no es algo estático,
sino que es dinámico, temporal, fluido y contingente. Éste se construye a
partir de las relaciones interpersonales con una dinámica propia, dentro de un
contexto dado, en una realidad determinada. De esta manera, la estigmatización
se entiende como un producto social relacionado con la institucionalización,
con la regulación y con las ideologías que la sustentan, así como con las decisiones
hechas por los individuos, las sociedades y los estados.
Sobre dicho proceso es interesante citar la visión de Link &
Phelan sobre el proceso de estigmatización, mediante el cual consideran que el
estigma se construye a través de cinco procesos psico-sociales
interrelacionados:
- Construcción de las diferencias y proceso de rotulamiento (etiquetar).
- Vinculación de estas diferencias con prejuicios y estereotipos definidos en una sociedad.
- Segregación entre los de adentro (“nosotros”) y los de afuera (“ellos”).
- Perdida de estatus y discriminación de las personas discriminadas.
- Finalmente, se produce una asimetría de poder entre los estigmatizadores y los estigmatizados.
Este fenómeno varía en función de diferentes variables:
contexto social e histórico, factores sociales como el nivel socio-económico,
género o identidad.
La variabilidad del fenómeno de estigma psiquiátrico a lo
largo de la historia nos induce una pregunta: ¿cómo y por qué las distintas
sociedades estigmatizan la enfermedad mental? Para responder a esta pregunta
podemos observar dos procesos o respuestas.

El segundo se denomina la construcción social del estigma,
con esto nos referimos a cómo las estructuras e instituciones sociales
controlan, contienen o reprimen ciertos tipos de comportamiento que se
considera desviado de la norma. Son estas mismas instituciones las que
favorecen la exclusión social y estigmatización de la enfermedad mental.
Por otra parte, se ha afirmado que el tamaño y escala de la
unidad social son factores significativos que tienen importancia en el proceso
de estigmatización y discriminación. Podemos observar cómo, en las sociedades
de pequeña escala se dan relaciones de confianza, reciprocidad y solidaridad, y
la reconciliación resulta un mecanismo efectivo para la resolución de
conflictos. Estas comunidades se muestran más tolerantes, se resisten a rotular
una conducta como una anormalidad o enfermedad. Existen unos valores
compartidos por la mayoría, se da una interdependencia entre las familias y las
redes sociales de apoyo y solidaridad son densas.
Por el contrario, en las sociedades urbanas se aprecian una
estructuración social compleja, que acentúa una serie de desigualdades, se da
una mayor autonomía e independencia. En
estas sociedades observamos una fuerte tendencia a la rotulación y la
discriminación, y una menor tolerancia hacia los comportamientos “anormales”.
Otra cuestión importante que merece ser mencionada es la
carga de discapacidad agregada por el estigma
en la enfermedad mental. El
estigma empeora la calidad de vida afectando negativamente a las oportunidades
de educación e inserción laboral, e interfiere en los esfuerzos de
rehabilitación, afectando a la familia y debilitando la red social de soporte. Sin
embargo, es preciso establecer algunas diferencias. Por ejemplo, en los países
ricos algunas enfermedades (depresión, demencia senil, trastornos de
alimentación) son admitidas con mayor tolerancia mientras que otros, como la
esquizofrenia, son asociados a estereotipos negativos como violencia y
peligrosidad.
Por último, es importante distinguir entre el estigma
percibido (como tal) y el estigma presentido. Este último constituye el miedo
al rechazo social con motivo de la enfermedad mental, y favorece la ocultación
de los síntomas y su diagnóstico y tratamiento oportuno.
El vídeo que expusimos al principio acerca de la historia de la psiquiatría y los manicomios se llama "La psiquiatría: una industria de la muerte", pero os lo dejamos aquí subido:
Raquel Reyes Torres
Andrea García García
2ºC, C1
Muy interesante toda la historia, en ITA Salud Mental, tratamos transtornos mentales.. saludos!
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