sábado, 1 de junio de 2013



Las nuevas formas de discriminación: la aporofobia.


La aporofobia, es una fobia que representa el miedo hacia la pobreza o a los pobres en sí. Aunque también puede interpretarse como la repugnancia u hostilidad ante el pobre, el sin recursos o el desamparado. Tal sentimiento y tal actitud son adquiridos, la aporofobia se induce, se provoca, se aprende y se difunde a partir de relatos alarmistas y sensacionalistas que relacionan a las personas de escasos recursos con la delincuencia y con una supuesta amenaza a la estabilidad del sistema socioeconómico.

La aporofobia se alienta en cada uno de nosotros a través de un mecanismo psicológico que carece de base lógica: la generalización apresurada. Partiendo de algunos casos particulares en donde se utilizan palabras despectivas (este mendigo hizo esto, aquel desaliñado hizo lo otro...), se alcanza una conclusión general de tipo universal: “Todos los mendigos son peligrosos”. Evidentemente, tales generalizaciones son falsas, pero estamos tan acostumbrados a hacerlas que a menudo nos pasan desapercibidas.

La diferencia clave entre aporofobia y xenofobia o racismo según algunos autores, está en el hecho de que hay sociedades que no les importa aceptar a inmigrantes o a miembros otras etnias siempre y cuando estas cuenten con buenos recursos económicos, fama u otros bienes.

Pero, ¿por qué encuentra la aporofobia un terreno abonado para florecer en nuestras sociedades occidentales? Una posible explicación puede estar en cierta “mala conciencia” que nos recuerda que las situaciones de desamparo son, en cierta medida, una responsabilidad de todos los que estamos acomodados. En ese sentido, el que haya pobreza es signo de cierto grado de fracaso social. Es un síntoma de que el sistema en el que estamos instalados no es todo lo justo que debería ser. Pero entonces, mientras que algunas personas reaccionan positivamente, proactivamente, comprometiéndose en tareas de reforma social para hacer un mundo cada vez más justo, otras personas reaccionan negativamente, reactivamente, despreciando y culpando a los pobres mismos de su situación de marginación y colgando sobre ellos todo tipo de etiquetas peyorativas.

La aporofobia se centra actualmente, en las sociedades que llamamos “desarrolladas”, en colectivos que se suelen considerar “no productivos”, esto es, parados, trabajadores con escasa cualificación profesional, jóvenes que buscan su primer empleo, trabajadores sometidos a condiciones laborales muy precarias en cuanto a salario y continuidad, jubilados sin una pensión o con escasa pensión, personas enfermas o con discapacidades severas que no consiguen empleo y carecen de recursos económicos, familias monoparentales de escasos ingresos, minorías étnicas tradicionalmente marginadas, inmigrantes que aún no han conseguido insertarse legalmente en el mercado laboral, etc. Estos colectivos están formados a menudo por personas que no permanecen en ellos de por vida, pero el colectivo permanece.

En el caso europeo, tampoco parece dudoso que la aporofobia es el principal obstáculo para emprender unas políticas más comprometidas con la ayuda real a los inmigrantes y a sus países de origen. Se les rechaza por ser pobres y se les culpa de su desesperada situación, al tiempo que se manipulan los medios informativos para magnificar la supuesta amenaza que supone su instalación en Europa. Se olvida por un momento que millones de europeos han estado emigrando durante siglos hacia todos los países del mundo, incluidos aquellos de los que ahora nos vienen los inmigrantes pobres. La aporofobia, nubla la memoria histórica y contribuye a la percepción distorsionada del otro como una amenaza a nuestra calidad de vida. Pero si queremos tomar en serio los valores de justicia que se expresan en los textos constitucionales y en las declaraciones solemnes de Derechos Humanos, habremos de tomar serias medidas para evitar el avance de esta lacra. 

Lo ideal sería una convivencia intercultural basada en el respeto activo, en las libertades iguales, en la igualdad de oportunidades, en la solidaridad y en la solución pacífica de los conflictos. Sin embargo, estos aspectos distan mucho de la realidad.

¿Seremos capaces de eliminar las fronteras discriminatorias? Hoy en día, podemos responder sin duda que no. 

LAURA LÁZARO MÓNICO
C1

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