Las nuevas formas de discriminación: la aporofobia.
La aporofobia, es una fobia que representa el
miedo hacia la pobreza o a los pobres en sí. Aunque también puede interpretarse
como la repugnancia u hostilidad ante el pobre, el sin recursos o el desamparado.
Tal sentimiento y tal actitud son adquiridos, la aporofobia se induce, se
provoca, se aprende y se difunde a partir de relatos alarmistas y sensacionalistas
que relacionan a las personas de escasos recursos con la delincuencia y con una
supuesta amenaza a la estabilidad del sistema socioeconómico.
La aporofobia se alienta en cada
uno de nosotros a través de un mecanismo psicológico que carece de base lógica:
la generalización apresurada. Partiendo de algunos casos particulares en donde se
utilizan palabras despectivas (este mendigo hizo esto, aquel desaliñado hizo lo
otro...), se alcanza una conclusión general de tipo universal: “Todos los
mendigos son peligrosos”. Evidentemente, tales generalizaciones son falsas,
pero estamos tan acostumbrados a hacerlas que a menudo nos pasan
desapercibidas.
La diferencia clave entre aporofobia y
xenofobia o racismo según algunos autores, está en el hecho de que hay
sociedades que no les importa aceptar a inmigrantes o a miembros otras etnias
siempre y cuando estas cuenten con buenos recursos económicos, fama u otros
bienes.
Pero, ¿por qué encuentra la
aporofobia un terreno abonado para florecer en nuestras sociedades occidentales?
Una posible explicación puede estar en cierta “mala conciencia” que nos
recuerda que las situaciones de desamparo son, en cierta medida, una
responsabilidad de todos los que estamos acomodados. En ese sentido, el que
haya pobreza es signo de cierto grado de fracaso social. Es un síntoma de que
el sistema en el que estamos instalados no es todo lo justo que debería ser.
Pero entonces, mientras que algunas personas reaccionan positivamente, proactivamente,
comprometiéndose en tareas de reforma social para hacer un mundo cada vez más
justo, otras personas reaccionan negativamente, reactivamente, despreciando y
culpando a los pobres mismos de su situación de marginación y colgando sobre
ellos todo tipo de etiquetas peyorativas.
La aporofobia se centra actualmente, en las
sociedades que llamamos “desarrolladas”, en colectivos que se suelen considerar
“no productivos”, esto es, parados, trabajadores con escasa cualificación
profesional, jóvenes que buscan su primer empleo, trabajadores sometidos a
condiciones laborales muy precarias en cuanto a salario y continuidad,
jubilados sin una pensión o con escasa pensión, personas enfermas o con
discapacidades severas que no consiguen empleo y carecen de recursos
económicos, familias monoparentales de escasos ingresos, minorías étnicas
tradicionalmente marginadas, inmigrantes que aún no han conseguido insertarse
legalmente en el mercado laboral, etc. Estos colectivos están formados a menudo
por personas que no permanecen en ellos de por vida, pero el colectivo permanece.
En el caso europeo, tampoco
parece dudoso que la aporofobia es el principal obstáculo para emprender unas
políticas más comprometidas con la ayuda real a los inmigrantes y a sus países
de origen. Se les rechaza por ser pobres y se les culpa de su desesperada
situación, al tiempo que se manipulan los medios informativos para magnificar
la supuesta amenaza que supone su instalación en Europa. Se olvida por un
momento que millones de europeos han estado emigrando durante siglos hacia
todos los países del mundo, incluidos aquellos de los que ahora nos vienen los
inmigrantes pobres. La aporofobia, nubla la memoria histórica y contribuye a la
percepción distorsionada del otro como una amenaza a nuestra calidad de vida.
Pero si queremos tomar en serio los valores de justicia que se expresan en los
textos constitucionales y en las declaraciones solemnes de Derechos Humanos,
habremos de tomar serias medidas para evitar el avance de esta lacra.
Lo ideal sería una convivencia
intercultural basada en el respeto activo, en las libertades iguales, en la
igualdad de oportunidades, en la solidaridad y en la solución pacífica de los
conflictos. Sin embargo, estos aspectos distan mucho de la realidad.
¿Seremos capaces de eliminar las
fronteras discriminatorias? Hoy en día, podemos responder sin
duda que no.
LAURA LÁZARO MÓNICO
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