Entre
otros muchos campos de la vida social, el de las drogas es uno de los están
sujetos a estigmatizaciones y prejuicios por parte de la sociedad.
En la
segunda mitad de la década de los 70 se produjo en España un gran aumento del
consumo de heroína, lo que supuso que se incrementara en gran medida el número
de personas drogodependientes.
Ya en
los 80 se crearon muchas entidades sin ánimo de lucro que trabajaban con este
colectivo, constituidas sobre todo por familiares. Pero es a mediados de esta
década cuando se crea la Secretaría específica sobre drogas en la Dirección General
de Acción Social del Ministerio de Asuntos Sociales, siendo ese organismo del
que nacerá, en 1985, el Plan Nacional Sobre Drogas, creada para fomentar la
expansión asistencial de iniciativas sociales, locales, autonómicas, privadas y
públicas que se había ido creando en la década anterior gracias a la labor de
entidades sin ánimo de lucro.
El
consumo de cocaína ha aumentado de forma considerable durante la última década
en España. Actualmente, es la segunda droga ilegal más consumida después del
cannabis. Es la droga que genera más demandas de tratamiento,
seguida de la heroína y del cannabis y su proporción aproximadamente es el
doble de consumidores hombres que de mujeres.
El ser percibido como consumidor de drogas marca muy negativamente la vida tanto social como laboral del individuo,
produciéndose así una construcción social bajo el estigma de
drogadicto o toxicómano. No sólo el hecho de consumir supone una pérdida de calidad de vida, sino que también se convierte en un hecho diferencial en relación a quienes no son consumidores. De
esta forma la persona adicta vive su vida a través de la sustancia y adquiere
sin saberlo el rol de drogodependiente, perdiendo su lugar/espacio en la
sociedad.
Tratar
con una persona drogodependiente implica en muchos casos el pensar que existe
un cierto riesgo, desconfianza, ya
que la persona se percibe como un individuo que puede llegar a ser peligroso, que cuando
ingiere sustancias no es “capaz” de distinguir entre lo que debe y no debe hacerse.
A
veces drogodependencia y VIH son considerados como "causa" y
"consecuencia", es decir, lo uno provoca lo otro. Y aunque guardan
características y peculiaridades muy semejantes, no tienen porque ir unidas.
Así
mismo, las actitudes de rechazo frecuentemente van unidas a explicaciones que anteponen
la responsabilidad de los propios individuos, al compararlo con otras
enfermedades como el cáncer u otra enfermedad similar se tiende a pensar que las
personas con VIH son responsables de su infección, observándose una desvalorización
del individuo contagiado, en comparación con el cáncer en el que la
responsabilidad individual es menos importante.
Los prejuicios
acerca de las enfermedades infecciosas y en particular, las de transmisión
sexual, así como la información errónea sobre las vías de transmisión del VIH
provocan desigualdad en el acceso a servicios sanitarios, a prestaciones
sociales, al mercado laboral o a la vivienda.
Lograr
una reinserción social, empieza por
la propia persona, por dejar de consumir, a través de nuevos estilos de vida más saludables, motivándole, adquiriendo nuevos valores psicosociales, objetivos,
maneras de ver el mundo, llegando así a una mejora considerable de la calidad
de vida y por consiguiente incrementando su autoestima, autovaloración y
autocontrol.
Así
mismo, el estigma puede ser reducido a través de una adecuada información, el
consejo, la adquisición de habilidades y el contacto con personas afectadas.
Esto supone realizar un trabajo tanto con la población general como con las
personas con VIH. En el caso de la información
los medios de
comunicación, gracias a su
alcance, juegan un papel fundamental para la educación y transmisión de
información sobre el VIH.
María Ortiz Rodríguez
Grupo C1
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