jueves, 16 de mayo de 2013


¿Por qué se sigue negando y rechazando lo diferente?
Hasta tiempos recientes las personas con discapacidad intelectual no se les consideraba que tuvieran derechos afectivos y sexuales; incluso hoy son muchas las personas que tienen actitudes y creencias contrarias a que se les reconozcan dichos derechos. No es infrecuente que los padres tengan como ideal para sus hijos con discapacidad intelectual el que no se interesen por la sexualidad; de hecho, uno de los temores más reiterados es el miedo a que sea despertado su interés sexual. Así, tratarlo como “a un niño pequeño” les da la creencia de que siempre lo será.

Es necesario tener en cuenta que tienen las mismas necesidades interpersonales de vínculos afectivos incondicionales, red de relaciones sociales e intimidad corporal y sexual.

De hecho son muchas, de una u otra forma, las necesidades sexuales que ponen de manifiesto, incluidas las de contacto corporal e intimidad sexual. Los padres y quienes trabajan con ellas nos ofrecen múltiples ejemplos de manifestaciones sexuales, que muchas veces se expresan de una manera particularmente explícita.

Negar las manifestaciones e intereses sexuales, además de limitar las posibilidades de integración y normalización de estas personas, aumenta los riesgos comentados asociados a la actividad sexual.

¿Negar la sexualidad en la discapacidad intelectual se asienta en genuinos postulados que, aún equivocados, buscan el bienestar del sujeto o es la creación de un sistema que, por sobre todo, es un rotundo rechazo a una persona que se revela diferente?

Es tiempo de asumir que la sexualidad de la persona con diversidad funcional es una realidad y que los esfuerzos por acallarla son la muestra más fehaciente de su existencia; lo imperioso es reconocer que todas las personas, sin excepción, poseen una sexualidad dispuesta a asumir sus múltiples maneras de manifestarse en cada momento del ciclo vital; lo inminente es aceptar la importancia de la sexualidad como un elemento más y de idéntica importancia en el conjunto de los que componen el proceso de realización personal.

Es la oportunidad de buscar renovadas formas de operacionalizar las relaciones que permitan a la persona con discapacidad intelectual encontrar su verdadero lugar en el universo, sacarlo de las clasificaciones, devolverle la palabra, posibilitarle la construcción de un discurso, restituirle su derecho de ser sujeto de elección y llevarlo a que abandone, para siempre, el lugar de la sexualidad ausente.


Según datos del ‘Inventario de Experiencias y Respuesta Sexual en la Discapacidad (IEReSDi): Construcción y validación de la Escala de la Respuesta Sexual en personas con discapacidad’ (Torices I., y Bonilla M.), en el que participaron 609 personas con varias discapacidades (de ellos, 308 con discapacidad física y 113 con discapacidad intelectual y de edades comprendidas entre los 14 y los 87 años), se arroja que el 69.82% de las personas con discapacidad ha tenido algún tipo de experiencia de deseo de besar, ser besado, etc.

El 76.94% ha tenido alguna experiencia de pensamientos sexuales, fantasías sexuales y sueños sexuales y el 81.76% de las personas con discapacidad ha tenido alguna experiencia de orgasmo.

EDUCACIÓN SEXUAL

La educación sexual es imprescindible para que las personas con discapacidad intelectual puedan ejercer su sexualidad de manera libre y sana. Así, es necesario la educación sexual tanto con los personas con discapacidad como con sus familias, así como a los profesionales.

Desde distintas asociaciones de personas con discapacidad se trabaja desde los conceptos de qué significa ser un hombre o una mujer y cómo nos relacionamos con otros hombres y otras mujeres; habilidades de comunicación, sociales e interpersonales; aceptación de sí mismo y los demás; toma de decisiones (aprender a decir sí y no) y conflictos de pareja.

Además, por ejemplo también se llevan a cabo talleres con diferentes parejas de personas con discapacidad intelectual que hay en diferentes fundaciones, para que logren aumentar su nivel de satisfacción.

Dirigido a las familias también existen talleres de sexualidad. Lo primero que trabajan en las sesiones es la aceptación de que las personas con discapacidad intelectual tienen una sexualidad que vivir y cómo trabajar esto desde la familia.

En ellos también se transmite el sexo como un valor, mejorando la forma de expresión para contribuir a una mayor calidad en sus relaciones con el entorno y por supuesto, vivir la sexualidad de la forma más satisfactoria posible, lo que implica también la prevención del abuso.

En este sentido cabe resaltar que en muchos casos por ausencia de una educación sexual, las personas con discapacidad en ocasiones no saben distinguir si el acto sexual es consentido o, por el contrario, es forzado. Si se da este último caso, desconocen que están siendo víctimas de un delito.

 Y después de todo esto os invito a la reflexión de la siguiente pregunta: ¿quién esta en la posicion de decidir sobre la sexualidad de los demás?
 SANDRA LUCAS TRIVIÑO 2ºC 1

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