¿Por qué se sigue
negando y rechazando lo diferente?
Hasta tiempos recientes
las personas con discapacidad intelectual no se les consideraba que tuvieran
derechos afectivos y sexuales; incluso hoy son muchas las personas que tienen
actitudes y creencias contrarias a que se les reconozcan dichos derechos. No es
infrecuente que los padres tengan como ideal para sus hijos con discapacidad intelectual
el que no se interesen por la sexualidad; de hecho, uno de los temores más
reiterados es el miedo a que sea despertado su interés sexual. Así, tratarlo
como “a un niño pequeño” les da la creencia de que siempre lo será.
Es necesario tener en
cuenta que tienen las mismas necesidades interpersonales de vínculos afectivos
incondicionales, red de relaciones sociales e intimidad corporal y sexual.
De hecho son muchas,
de una u otra forma, las necesidades sexuales que ponen de manifiesto, incluidas
las de contacto corporal e intimidad sexual. Los padres y quienes trabajan con
ellas nos ofrecen múltiples ejemplos de manifestaciones sexuales, que muchas
veces se expresan de una manera particularmente explícita.
Negar las
manifestaciones e intereses sexuales, además de limitar las posibilidades de
integración y normalización de estas personas, aumenta los riesgos comentados
asociados a la actividad sexual.
¿Negar la sexualidad
en la discapacidad intelectual se asienta en genuinos postulados que, aún equivocados,
buscan el bienestar del sujeto o es la creación de un sistema que, por sobre
todo, es un rotundo rechazo a una persona que se revela diferente?
Es tiempo de asumir
que la sexualidad de la persona con diversidad funcional es una realidad y que
los esfuerzos por acallarla son la muestra más fehaciente de su existencia; lo
imperioso es reconocer que todas las personas, sin excepción, poseen una
sexualidad dispuesta a asumir sus múltiples maneras de manifestarse en cada
momento del ciclo vital; lo inminente es aceptar la importancia de la
sexualidad como un elemento más y de idéntica importancia en el conjunto de los
que componen el proceso de realización personal.
Es la oportunidad de
buscar renovadas formas de operacionalizar las relaciones que permitan a la
persona con discapacidad intelectual encontrar su verdadero lugar en el
universo, sacarlo de las clasificaciones, devolverle la palabra, posibilitarle
la construcción de un discurso, restituirle su derecho de ser sujeto de
elección y llevarlo a que abandone, para siempre, el lugar de la sexualidad
ausente.
Según datos del ‘Inventario de Experiencias y
Respuesta Sexual en la Discapacidad (IEReSDi): Construcción y validación de la
Escala de la Respuesta Sexual en personas con discapacidad’ (Torices I., y
Bonilla M.), en el que participaron 609 personas con varias discapacidades (de
ellos, 308 con discapacidad física y 113 con discapacidad intelectual y de
edades comprendidas entre los 14 y los 87 años), se arroja que el 69.82% de las
personas con discapacidad ha tenido algún tipo de experiencia de deseo de
besar, ser besado, etc.
El 76.94% ha tenido alguna experiencia de pensamientos
sexuales, fantasías sexuales y sueños sexuales y el 81.76% de las personas con
discapacidad ha tenido alguna experiencia de orgasmo.
EDUCACIÓN SEXUAL
La educación sexual es imprescindible para que las
personas con discapacidad intelectual puedan ejercer su sexualidad de manera
libre y sana. Así, es necesario la educación sexual tanto con los personas con
discapacidad como con sus familias, así como a los profesionales.
Desde distintas asociaciones de personas con
discapacidad se trabaja desde los conceptos de qué significa ser un hombre o
una mujer y cómo nos relacionamos con otros hombres y otras mujeres; habilidades
de comunicación, sociales e interpersonales; aceptación de sí mismo y los
demás; toma de decisiones (aprender a decir sí y no) y conflictos de pareja.
Además, por ejemplo también se llevan a cabo talleres
con diferentes parejas de personas con discapacidad intelectual que hay en
diferentes fundaciones, para que logren aumentar su nivel de satisfacción.
Dirigido a las familias también existen talleres de
sexualidad. Lo primero que trabajan en las sesiones es la aceptación de que las
personas con discapacidad intelectual tienen una sexualidad que vivir y cómo
trabajar esto desde la familia.
En ellos también se transmite el sexo como un valor,
mejorando la forma de expresión para contribuir a una mayor calidad en sus
relaciones con el entorno y por supuesto, vivir la sexualidad de la forma más
satisfactoria posible, lo que implica también la prevención del abuso.
En este sentido cabe resaltar que en muchos casos por
ausencia de una educación sexual, las personas
con discapacidad en ocasiones no saben distinguir si el acto sexual es
consentido o, por el contrario, es forzado. Si se da este último caso,
desconocen que están siendo víctimas de un delito.
Y después de
todo esto os invito a la reflexión de la siguiente pregunta: ¿quién esta en la posicion de decidir sobre la sexualidad de los demás?
SANDRA LUCAS TRIVIÑO 2ºC 1
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